Abstract:
"Toco, toco, toco", sonaba el motor del barco; apenas si llevábamos una hora de viaje, todavía faltaba otra más por recorrer. El barco iba lleno de pasajeros negros y "tanates" negros y más "tanates" negros. Sin embargo, los ropajes vistosos de estos negros los diferenciaban de los bultos. Otros, en cambio, parecían garrobos prendidos de una ceiba tomando su baño de solcotidiano. Y, perdidos en medio de esa gran negrura, nos encontrábamos uno que otro kekchí y cinco estudiantes.
Me fui a sentar a la popa del barco para dejar que la suave brisa del mar se llevara el aburrimiento que me invadía y dirigí mi vista hacia las montañas. ¿Dónde estaría el mito? Ninguno de nosotros tenía idea de dónde buscarlo; sólo suponíamos que podría estar localizado en una aldea llamada Quehueche. ¿Sería ésta una aventura como la que viví con Sebastián el experto en mitología, aquella vez en Mornostenango? Cierto, cierto, esa vez Sebastián casi pierde la vida por ir a buscar el mito.