Abstract:
El síndrome del “ch’ornaj” es considerado dentro de la población maya Tz’utujil de Santiago Atitlán como un padecimiento que va más allá de la falta de salud física y mental, siendo descrito como el resultado de la manifestación e interacción de varios factores sociales, culturales, políticos y económicos, que se han presentado durante el desarrollo histórico de la comunidad. Lo cual ha implicado la adopción de cambios en la manera en que es interpretado, tratado y diagnosticado por las personas.
En muchos casos, el padecimiento es presentado como un “mal” inducido por un enemigo, el cual se vale de la capacidad de ciertos individuos (brujos), que tienen el “don” de ser escuchados por entidades espirituales con la habilidad sobrenatural de afectar la salud física y mental de una persona. Sin embargo, los motivos de la enfermedad suelen ser complejos ya que pueden darse como represaria de un rival (vecino o familiar), a causa de la disputa de un “bien material” o debido a luchas de poder. En esta dinámica se manifiestan, de manera implícita, algunos aspectos propios de la cosmovisión maya tz’utujil de Santiago Atitlán, en donde el humano es conceptualizado como un ser que vive en constante interacción con entidades espirituales, que influyen de manera positiva o negativa en su vida cotidiana.
Por otro lado, bajo circunstancias particulares se establecen claros vínculos entre determinados factores sociopolíticos (por ejemplo: el conflicto armado interno), la influencia cultural externa (debida al turismo), y el surgimiento de nuevas interpretaciones sobre el origen del ch’ornaj. Esto revela la complejidad del entendimiento de este padecimiento, ya que debe ser explicado en cuanto a la interrelación existente entre diversos factores pertenecientes no solamente al campo de la salud, sino también con aspectos vinculados a la interacción social de la población.
La enfermedad llega a tener también una función de control social, lo cual queda plasmado en el hecho que las causas concretas de la enfermedad hacen referencia a las consecuencias del quebrantamiento del equilibrio que debe prevalecer entre el interés personal y el interés de la “comunidad”. Por lo tanto la enfermedad se presenta como un “castigo” ante el rompimiento de ciertas normas sociales.
Dentro del contexto cultural en el que se manifiesta la enfermedad, se establece una relación directa entre la naturaleza de la causa y el procedimiento para curar al sujeto (terapeuta y tratamiento). Generalmente se cree que si la causa de la enfermedad es “sobrenatural” (por ejemplo, la brujería), entonces el único capaz de dar alivio será el curandero, quien cura la enfermedad por medio de ceremonias y el uso de plantas medicinales. Por el contrario, si el padecimiento se da por una causa “natural” (sin la intervención de entidades espirituales, por ejemplo el uso de drogas), el sujeto podrá ser tratado efectivamente con los medicamentos que receta el médico.
El tratamiento tradicional del ch’ornaj se caracteriza por su contenido simbólico, el cual encuentra su punto máximo de expresión durante la realización de ceremonias de adivinación y curación de la enfermedad, en donde el curandero con la finalidad de establecer el origen del “mal”, así como el medio más adecuado para su curación, establece vínculos directos con ciertas deidades o “íconos” como Maximón, San Francisco o San Nicolás. Cada uno de ellos desarrolla roles particulares en cuanto a lograr que las entidades espirituales, consideradas “dueños” de la enfermedad, dejen de ejercer su influencia negativa sobre el enfermo. Sin embargo, el proceso ceremonial llega a ser complejo ya que implica recurrir, en diferentes momentos y lugares, a toda una serie de entidades vinculadas a la naturaleza (tal es el caso del espíritu de la tierra, el cielo o las montañas, entre otros). Estos juegan un rol importante en la curación ya que se desempeñan como mediadores entre el sujeto y el “Ser Supremo”, el cual tiene influencia directa sobre el hombre, la naturaleza y los espíritus.
De igual manera, es importante la dinámica planteada en el contexto social tz’utujil, ya que en éste el paciente asume su rol de enfermo, y se desarrolla durante el transcurso de la enfermedad. El ambiente social brindan los medios necesarios para que el comportamiento “anormal”, manifestado por el sujeto, sea interpretado como una amenaza al equilibrio social, el cual no debe ser violentado ya que garantiza la convivencia entre los integrantes de la comunidad.
A nivel social, es la familia del sujeto la que se presenta como la más afectada, ya que la enfermedad implica consecuencias no solamente en el estado emocional de sus integrantes, sino que además en su condición económica, lo que a mediano plazo acentúa el estado de pobreza en el cual viven (debido a los gastos permanentes que implica el tratamiento del sujeto). Aunado a esto se encuentran los señalamientos de los cuales es objeto la familia, afectando así su prestigio e imagen frente a los vecinos y personas cercanas, generando en algunos casos exclusión y marginación.
Dentro de la familia es la madre quien desde el punto de vista cultural, tiene la mayor responsabilidad por el cuidado del enfermo, lo que se traduce con el tiempo en un alto nivel de angustia y estrés ante la frustración de no poder observar una mejoría significativa en el estado de salud del sujeto. Por el contrario, el rol del padre suele establecerse principalmente entorno a brindar el sustento económico para cubrir las necesidades básicas de la familia, lo que implica poco contacto y relación directa con el sujeto. El menor grado de responsabilidad directa, hace que el padre sufra de manera diferenciada las consecuencias emocionales de la enfermedad a nivel familiar.
Finalmente, el sujeto es visto dentro de su propia comunidad como una persona que manifiesta comportamientos indeseables que ponen en riesgo la vida y la tranquilidad de la sociedad. En algunos casos dicha percepción se traduce en el desprecio y marginación del sujeto, incluso por parte de familiares cercanos. Esta realidad aunada a la falta de medios comunitarios para el diagnóstico y tratamiento del sujeto, y a la limitada efectividad objetiva del tratamiento tradicional en el estado mental del enfermo, traen como consecuencia que las personas con ch’ornaj tengan pocas posibilidades de recuperarse y tener un nivel de vida adecuado. RR