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Mi primer contacto con las "Minervalias" fue cuando niño. En la década de 1940, conocí el "Templo de Minerva" en la ciudad de Guatemala. De boca de mi padre, en alguna de nuestras visitas, recibí las primeras explicaciones sobre lo que habían sido las Fiestas de Minerva durante la presidencia del dictador Manuel Estrada Cabrera, que duro veintidós años (1898-1920). A pesar de su incongruencia (que yo entonces por supuesto desconocía), el edificio tenía la nobleza y elegancia de proporciones de la arquitectura clásica. Sin ninguna construcción en su interior, solitario, parecía muy ajeno al fin a que había estado destinado.
Años después vino un segundo contacto: visitando el cementerio de un pueblo alejado de la capital, vi dos modestas tumbas que apenas sobresalían un metro del suelo y que al frente reproducían toscamente unas columnas y un frontón. Se trataba de enterramientos de maestros; sus familias habían considerado que los "mentores de la juventud" merecían ese homenaje, ya que su oficio se identificaba con los Templos de Minerva de aquellas fiestas. |
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